“Y respondió Amán al rey: Para el varón cuya honra
desea el rey, traigan el vestido real de que el rey se viste, y el caballo en
que el rey cabalga, y la corona real que está puesta en su cabeza; y den el
vestido y el caballo en mano de alguno de los príncipes más nobles del rey, y
vistan a aquel varón cuya honra desea el rey, y llévenlo en el caballo por la
plaza de la ciudad, y pregonen delante de él: Así se hará al varón cuya honra
desea el rey.”
Ester 6:7-9 (RVR1960)
El libro de Ester nos
cuenta, en breves capítulos, parte de la historia del pueblo judío que se
encontraba en cautividad bajo el dominio de los persas. Relatando desde un
comienzo la grandeza del Reino de Media y Persia; cuyo rey, Asuero (Jerjes) -sucesor de Darío-, una vez establecido en el trono, dio muestra de su grandeza y
poder por medio de un banquete que duró ciento ochenta y siete días.
La soberanía de Asuero
se extendía desde la India hasta Etiopía sobre ciento veintisiete provincias,
lo que hoy sería Irán, Irak, Turkmenistán, Afganistán, Uzbekistán, Turquía,
Rusia, Chipre, Siria, Líbano, Israel, Palestina, Grecia, Egipto, Libia,
Bulgaria, Pakistán, Sudán. Dejando en evidencia lo vasto que era el territorio
que dominaba.
En medio de ese
contexto, y al amparo de ese gran imperio, es que continúa la historia del
pueblo de Dios, ocurriendo el cuarto gran acontecimiento narrado en este libro,
después del nombramiento de Ester como reina, cuando Amán es engrandecido en
medio de los príncipes.
“Después de estas cosas el rey Asuero engrandeció a
Amán hijo de Hamedata agagueo, y lo honró, y puso su silla sobre todos los
príncipes que estaban con él. Y todos los siervos del rey que estaban a la
puerta del rey se arrodillaban y se inclinaban ante Amán, porque así lo había
mandado el rey…” Ester 3:1-2 (RVR 1960)
Y es en este personaje,
que nos muestra la historia bíblica, en quien se centra la meditación de
este artículo.
En medio de un gran
reino ser el segundo después del rey no es una mala posición social,
jerárquica, etc., excepto para una persona que es constantemente dominada por su
amor propio (como algunos denominan), o el orgullo como nos revela la Palabra
de Dios.
Este hombre, no contento
con la honra que había recibido del rey, centró toda su atención en la única
persona que traspasaba lo dictaminado: Mardoqueo, un hombre judío cuya
importancia dentro de la corte real era insignificante, a no ser por su
parentesco con la reina, quien:
“ni se arrodillaba ni se humillaba.” Ester 3:5 (RVR 1960)
La actitud de este
último llenó de ira a Amán que, no contento con procurar la muerte de
Mardoqueo, elaboró un plan para exterminar a todo el pueblo judío poniendo todo
su empeño en llevarlo a cabo.
“Y dijo Amán al rey Asuero: Hay un pueblo esparcido
y distribuido entre los pueblos en todas las provincias de tu reino, y sus
leyes son diferentes de las de todo pueblo, y no guardan las leyes del rey, y
al rey nada le beneficia el dejarlos vivir. Si place al rey, decrete que sean
destruidos; y yo pesaré diez mil talentos de plata a los que manejan la
hacienda, para que sean traídos a los tesoros del rey.” Ester 3:8-9 (RVR1960)
La medida tomada por
Amán no concuerda, en magnitud ni relevancia, con la falta cometida por
Mardoqueo. Pero, si miramos el corazón de Amán, nos podremos dar cuenta que su propuesta
refleja lo elevado de su orgullo.
Clive Staples Lewis en su destacado
libro "Cristianismo... ¡y nada más!" nos habla acerca del
orgullo como:
“un vicio del cual nadie en el mundo se halla
libre; uno que todo el mundo critica cuando lo ve en los demás; uno del cual
casi nadie, excepto los cristianos, se cree culpable…Y mientras más la tenemos
en nosotros, más nos disgusta verla en otros…El vicio esencial, la maldad
extrema, es el orgullo” (Lewis, 1977)
Este vicio se contrapone
y enfrenta en una lucha hasta la muerte con la humildad, no se somete ni sujeta
a nada que no sea su propia voluntad y ningún logro será suficiente para que
permanezca quieto. Y cuando más convencidos estamos que no está en nosotros,
entonces es probable que nuestra mirada haya perdido su agudeza y este vicio
esté reinando en nuestros corazones.
“Fue por orgullo que el diablo se convirtió en
diablo; el orgullo lleva a todos los demás vicios; es el completo estado de
anti-Dios en la mente.” (Lewis, 1977)
El orgullo es en su
esencia el placer de estar por encima de los demás, ya que nadie se siente
orgulloso de alcanzar un estado similar a alguien más, sino, solo cuando se
está por encima. La codicia, envidia,
egoísmo, avaricia y otros males son resultado del orgullo. Son en sí mismo la
expresión del íntimo deseo de estar por sobre los demás, querer ser mejores,
tener más que otro, etc.
Este pecado es infundido
por el mismo enemigo del alma en el corazón del hombre, pues si nos remontamos
al Génesis vemos cuál fue la propuesta hecha para que el pecado entrara a morar
en la humanidad:
“sino que sabe Dios que el día que comáis de él,
serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el
mal.” Génesis
3:5 (RVR1960)
Una propuesta que
eliminaba, en la mente del hombre, la idea de estar sujeto a la voluntad de
alguien más. Si esto parece exagerado, entonces continuemos mirando a Amán.
El orgullo de Aman hasta
ese momento había conseguido su primera victoria, pues era cosa de tiempo hasta
que se concretara su plan y se llevase a cabo la exterminación de los judíos. Y
eso nos hace pensar que él había de estar satisfecho y tranquilo.
Sin embargo, y tal como
lo muestra el texto que encabeza este artículo, Amán deseaba solapadamente
exhibir en su persona la honra que le correspondía al Rey.
Seguramente su orgullo
fantaseaba con la idea de vestirse de la ropa real, llevar sobre su cabeza la
corona del rey, montar el caballo de Asuero, y otro sinnúmero de privilegios
(símbolos de grandeza, poder y autoridad). Y tenía tan alto concepto de sí
mismo que cuando el rey lo mandó a llamar para preguntarle:
“¿Qué se hará al hombre cuya honra desea el rey? Y
dijo Amán en su corazón: ¿A quién deseará el rey honrar más que a
mí?” Ester
6:6 (RVR 1960)
No pensó en nadie más y
su corazón lleno de orgullo lo llevó a su ruina. En sus pensamientos no había
alguien más digno que él para recibir la honra.
El final de la historia
es conocido por la gran mayoría del mundo cristiano y no cristiano. Amán, para
vergüenza suya, tuvo que honrar al judío a quien tanto deseaba destruir, y fue
humillado delante de toda la población que habitaba la capital del reino, aun
frente a sus cercanos que tenían conocimiento de su malvado plan, teniendo que
pasearlo en el caballo del rey, vestido del ropaje real y pregonando la honra
del rey. Además, terminando su vida colgado en la horca que había construido
para Mardoqueo.
Estimados lectores, la
biblia nos advierte en numerosos pasajes diciendo:
“Porque el que se enaltece será humillado, y el que
se humilla será enaltecido.”
Mateo 23:12 (RVR1960)
Y, si alguno cree estar
libre de esta tan grande mal, podemos encontrar en la palabra de Dios el pasaje
en que los discípulos de Cristo se encuentran discutiendo entre sí acerca de
quién sería el mayor en el reino de los cielos (Lc. 22: 24-26).
Dándonos muestras de lo perverso que es el corazón influenciado por el orgullo.
Por tanto, es necesario
advertir que el orgullo se disfraza de espiritualidad y el enemigo trata de
engañarnos. Pues alguna vez nos podremos encontrar sintiendo algún grado de
satisfacción por ser lo suficientemente humildes, buenos para orar, sumisos,
serviciales, etc.
Es ahí cuando debemos
detenernos y preguntarnos: ¿A quién estamos agradando? ¿Para quién estamos
viviendo? ¿Quién está gobernando nuestra vida? Si la respuesta se centra en
nosotros, entonces el orgullo está en el centro de nuestro corazón y no Dios.
El primer paso, y tal como lo recomienda C.S.
Lewis, es:
“Si alguien desea adquirir la humildad, creo que
puedo señalar el primer paso. Este primer paso es darse cuenta que uno es
orgulloso.” (Lewis,
1977)
Quien se niegue a
abandonar su orgullo, día tras día, no podrá mirar hacia arriba y recibir la
voluntad de Dios con aceptación y agrado, porque siempre estará buscando su
propio camino.
“mas no así vosotros, sino sea el mayor entre
vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve.” Lucas 22:26 (RVR1960)
¡Que Dios nos bendiga!
Fuente: https://es.vecteezy.com
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