“Vosotros sois mis
amigos, si hacéis lo que yo os mando.” Juan 15:14 (RVR 1960)
Las Sagradas Escrituras relatan en el evangelio según Juan cap.
15, un emotivo momento en el cual Jesucristo compartió con sus discípulos una
fraterna conversación, y a través de esta, condicionó su relación con ellos por
medio de un práctico ejemplo:
“Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en
mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para
que lleve más fruto.” Juan 15:1-2 (RVR 1960)
Es precisamente en ese instante cuando Jesús garantiza su
amistad a sus discípulos bajo una cláusula ineludible que todo
cristiano debe cumplir: la obediencia a Dios.
La amistad es mirada desde muchas perspectivas con numerosos ejemplos en las Sagradas Escrituras. Pero es
acerca de la amistad con Dios sobre lo que quisiera compartir un breve
pensamiento.
“Abraham creyó a Dios,
y le fue contado por Justicia, y fue llamado amigo de Dios”. Santiago 2:23 (RVR 1960)
Un ejemplo notorio de obediencia que podemos encontrar en las Sagradas Escrituras es acerca de Abraham, quien por medio de la fe que Dios
infundió en su vida, creyó a Sus promesas. Y este acto de creer,
acompañado de la obediencia con que se sometió al plan divino de Dios, le vino a
constituir un amigo de Dios. Llegando a gozar de la comunión íntima con su
creador, por medio de su compañía, provisión y fortaleza.
Obedecer a Dios le significó una renuncia inmediata a su
tierra, sus parientes y la casa de su padre. Esto refleja la nueva vida que como
hijos de Dios debemos comenzar a vivir desde el momento en que él nos llama,
bajo la seguridad del fiel cumplimiento de sus promesas.
Hoy, esa palabra ya no es para sus discípulos sino para
nosotros, quienes por la revelación del evangelio a nuestras vidas le hemos seguido.
Condicionando nuestra relación con él, para que cualquiera que desee gozar de
la amistad de Dios, permanezca en obediencia a su voluntad que nos es manifiesta
por medio de Su palabra.
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