“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos.”Jn. 17:20 (RVR 1960)
Partamos de la premisa: ¿qué es la oración? Más allá de nuestra
formación y creencia. Acá un par de definiciones que nos ayudan a tener una
mirada objetiva del acto realizado por nuestro Señor.
Según la RAE, orar es dirigirse mentalmente o de palabra a una
divinidad o a una persona sagrada, frecuentemente para hacerles una súplica1,
por lo que la oración es el acto de orar.
Según el diccionario bíblico, la oración es el diálogo entre Dios y su
pueblo, en especial con los miembros de su pacto2; por ende, podemos
decir que Jesús tuvo un diálogo con su Padre, en el que elevó una súplica
intercesora por sus discípulos de aquel tiempo y por nosotros en el ahora.
El ser llamados hijos de Dios nos ha hecho merecedores, primeramente,
del regalo más valioso otorgado en la historia de la humanidad: el ser salvos
por gracia. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no
de vosotros, pues es don de Dios” Ef. 2:8 (RVR1960)
Pero no solamente ello, sino innumerables muestras de amor, bondad y
misericordia que han quedado plasmadas a través de la historia en las Sagradas
Escrituras: “…con amor eterno te he amado…” (Jer. 31:3), “sus
misericordias se renuevan cada mañana…” (Jer. 3:22-23); por
ello, es muy conmovedor pensar en este pasaje de las Escrituras e imaginar a
nuestro Señor Jesucristo orando por nosotros aun estando sobre la faz de la
tierra, lo que nos lleva a considerar mucho más el amor que tuvo por nosotros.
Muestra a un Jesucristo humanado, padeciendo, teniendo que soportar mucho más a
causa de nosotros. Debemos siempre tener presente que Cristo se inmoló por
nosotros, por nuestro pecado, maldad y miseria.
Ahora se puede ver en toda la extensión del capítulo 17 de Juan, una
muestra de la relación de Jesús con Dios, la preocupación por sus discípulos, la
preocupación por nosotros (militantes actuales) y su máximo deseo manifestado.
Vers. 1 al 5: “Estas cosas habló Jesús, y levantando los
ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que
también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne,
para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que
te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.
Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.
Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve
contigo antes que el mundo fuese.”
Jesús nos manifiesta el carácter de su obra y como por medio de Él se
glorifica el Padre y el Hijo (1). Menciona claramente el propósito de su venida:
el dar vida eterna a toda la humanidad o más bien, a los cuales Él les dio, es
decir, los que creyeron en Él (2) y que, por ende, conocen a Dios Padre, tienen
vida eterna (3).
Menciona nuevamente que, a través de su obra, el nombre de Dios ha
sido glorificado, ya que había cumplido hasta el momento, manifestando en todo Su
vivir la voluntad del Padre (4).
Además, muestra un deseo particular y glorioso: el volver a la
posición que tuvo antes que la tierra se formase, al lado de su Padre en los
cielos. Sin duda un anhelo mayor que cualquier otro deseo (5). Vemos, entonces,
un poco de la relación íntima con su padre, como una apertura a las peticiones
siguientes que manifiesta en su oración.
Vers. 6: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo
me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.”
Reafirma el haber cumplido Su ministerio para con los hombres,
aquellos que ya eran suyos y que el mismo Padre le había entregado para su
administración y para pastorearles mientras estaba en la tierra. Éstos eran los
que habían guardado la Palabra de Dios, transmitida a través de los dichos y
obras de Jesucristo.
Vers. 7 y 8: “Ahora han conocido que todas las cosas que me has
dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos
las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que
tú me enviaste.”
Su naturaleza y la naturaleza de Su ministerio mostraban que provenían
directamente del Padre y esto manifestó a sus seguidores: las palabras y obras
eran un fiel reflejo de la inspiración de Dios. Esto permitió que pudieran
conocerle en toda su expresión. Así lo manifestó Pedro en más de una
oportunidad: “Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo
del Dios viviente.” Mt. 16:16 (RVR 1960). “Le respondió
Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.”
Jn. 6:18 (RVR 1960).
Simón y sus pares, que seguían a Jesús, en su mayoría mostraron haber
conocido la naturaleza de Cristo; no porque Jesús manifestara recurrentemente
que provenía del Padre, sino mediante la revelación divina. Es así como en este
tiempo debemos conocer a Jesucristo, para que Sus palabras sean vida en
nosotros.
Vers. 9 y 10: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino
por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y
he sido glorificado en ellos.”
A pesar de que Su obra se completa en favor de todo el mundo (los que
en Él crean), en esta petición hace una separación clara entre aquellos que
creen y quienes no en su obra, haciendo nuevamente hincapié en que son del
Padre y del Hijo y su obra es una imagen en ellos. Por lo tanto, ya poseían un
porte divino por medio de la fe en Jesucristo. Al manifestar que el Padre y el Hijo
son dueños de quienes han creído, revela la naturaleza y esencia de ambos, que
son uno solo.
Vers. 11: “Y ya no estoy en el mundo; más éstos están en el
mundo, y yo voy a ti. Padre Santo, a los que me has dado, guárdalos en tu
nombre, para que sean uno, así como nosotros.”
El Señor manifiesta un deseo y una preocupación única respecto a la
comunión que deben presentar los creyentes, la cual debe de ser similar a la de
Cristo con su Padre; queriendo con ello que, en medio de la profesión de fe,
mancomunadamente buscaran la verdad que es solo en Dios. ¡Alabado sea su
nombre! Como manifiesta Su amor y desea que ese amor se transmita entre sus
discípulos –ahora nosotros–, es un deseo que debe haber en nuestros corazones,
porque de esa manera es manifestado al mundo que somos sus hijos. “Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que
también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos,
si tuviereis amor los unos con los otros.” Jn. 13:34-35 (RVR 1960)
Vers. 12: “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba
en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió,
sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese.”
Para los discípulos, el vivir con Cristo –mayor a la honra de tenerle–,
era la protección que les entregaba de forma física, espiritual y familiar. Así
fue y lo manifiesta Jesús en un sentido protector como de un padre para sus
hijos. Ello les mantuvo en comunión y amor, excepto aquel que era de perdición,
Judas.
Este es el amparo que ahora nosotros podemos palpar estando bajo la
sombra del Omnipotente. Así lo expresa el salmista y es la misma protección a
la que podemos acudir ahora nosotros. Pero para ello debemos creer al que envía
la protección: “el que habita al abrigo del altísimo, morara bajo la
sombra del omnipotente” Sal. 91:1 (RVR 1960)
Vers. 13: “Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para
que tengan mi gozo cumplido en sí mismos.”
“Pero ahora voy a ti”. Había una explícita preocupación pues sabía
que el ministerio había sido cumplido. Les había preparado lo suficiente y
ahora debían practicar lo que les había enseñado.
En aquellas palabras había esperanza, y como fue citado anteriormente,
eran “palabras de vida eterna”.
Vers. 14: “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció,
porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.”
Solo en creer a las palabras de Jesucristo, los discípulos se hacían
acreedores de muchos enemigos. Esto lo tenía claro el Señor, pero en el creer
en Él, ya tenían esperanza. No eran de este mundo, tal como nosotros no somos
de este mundo pues nuestra herencia es eterna en los cielos. Así lo dijo Cristo:
“… voy pues a preparar lugar para vosotros” Jn. 14:2b (RVR 1960)
Vers. 15: “No ruego que los quites del mundo, sino que
los guardes del mal.”
A pesar de la omnipotencia que tenía el Señor y pudiendo arrebatar
junto con él a sus creyentes y así librarles automáticamente de todo el mal que
podría sobrevenirles, sabía que un propósito en ellos debía cumplirse, y pide
su protección. Pero, más que del mal físico que les vendría, es sin duda por el
mal que podría afectar su fe, su convicción y dejarles en el camino (sabido es
el fin de estos primeros hombres que vivieron y sufrieron el evangelio).
Muchas veces en un momento de gran euforia y de manifestación de Dios
hacia nuestras vidas, quizás hemos pensado: “Dios pudiera llevarme en este
momento, no sea que algo malo me pase y decaiga”, pero debemos cumplir el
propósito de Dios en nosotros y seguir peleando la batalla de la fe, sabiendo
que la protección y el amor de Dios está sobre nosotros. “Estas cosas os
he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero
confiad, yo he vencido al mundo.” Jn. 16:33 (RVR 1960)
Vers. 16: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.”
Nuevamente manifiesta esta verdad ineludible: no somos de este mundo,
sino más bien nuestra ciudadanía es en los cielos, como bien lo manifiesta el
apóstol Pablo.
Vers. 17: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.”
En este versículo hay una afirmación que quizás es una de las más
importantes esbozadas por nuestro Señor, en la que no solo resalta el poder
propio de la Palabra de nuestro Dios, sino que hace una manifestación de la
responsabilidad del hombre. ¿De qué forma? No hay forma de que la verdad de la Palabra
pueda obrar en nosotros si no la escudriñamos; por lo tanto, para que haya
santificación en nosotros debe haber una búsqueda explícita de la verdad misma.
Para que tenga vida en nosotros, debemos esforzarnos en buscar la verdad
escondida en el Santo Libro, y así alcanzar la revelación por medio de su Santo
Espíritu. Y sabemos por medio de las palabras del apóstol Pablo, que la
característica de santidad es fundamental para entrar en la herencia eterna que
Dios nos ha prometido. “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la
cual nadie verá al Señor.” He. 12:14 (RVR 1960)
Vers. 18: “Como tú me enviaste al mundo, así yo los he
enviado al mundo.”
El ser llamados hijos de Dios, trae una responsabilidad implícita. Somos
llamados. En ese momento los discípulos fueron enviados a llevar esta
verdad. En un par de oportunidades les envía Jesús a predicar y a llevar el
mensaje de vida a los necesitados, para que se cumpla la misión del evangelio
por medio de Jesucristo.
Existe para nosotros un llamado similar ahora, que lo manifestó el
mismo Jesús previo a su ascensión hacia los cielos: “Y les dijo: Id por
todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere
bautizado, será salvo; más el que no creyere, será condenado.” Mr. 15:16.
(RVR 1960).
Un poco más abajo de estos mismos versículos, Jesús revela que éste no
es un encargo vacío, sin sustento o sin respaldo; sino que manifiesta que su
compañía sería con nosotros al ir en Su Nombre y para Su honra habría un respaldo.
Es en este punto donde debemos marcar una diferencia: apartarnos de ir al mundo.
Samuel Vila, en uno de sus bosquejos, manifiesta como se debe actuar
respecto a esto y el porqué de esta diferencia.3
1. El creyente no es del mundo (Jn. 17:16):
a) Tenemos un nacimiento cuyo origen no es el mundo (Lc. 1:35; Jn.
1:13).
b) Tenemos un Padre que no es del mundo (Jn. 5:18; Ro. 8:15).
c) Tenemos una experiencia que no es del mundo (Jn. 4:32; 1 Co.
11:9-10).
d) Tenemos un poder que no es del mundo (Jn. 16:32; Flp. 4:13).
e) Tenemos un hogar que no pertenece a este mundo (Jn. 14:3; 2 Co.
5:1–8).
2. El creyente es enviado al mundo (Jn. 17:18):
a) Hemos de revelar al Padre (Jn. 1:18; Ef. 5:1-2).
b) Hemos de buscar y salvar a los perdidos (Lc. 14:10; Mt. 28:19).
Finalmente, no podemos estar demasiado separados del mundo, ni tampoco
acercamos mucho a él. Tenemos que acercarnos a Cristo por la fe y rendimos a Él
y también acercarnos a nuestros semejantes para amarlos y ayudarlos.
Vers. 19: “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que
también ellos sean santificados en la verdad.”
Jesucristo cumplió la ley no solo con la idea obligada de cumplirla,
sino con la búsqueda de sentar un precedente hacia sus seguidores acerca de
como ellos debían conducirse. Si Él podía cumplir la ley, sus discípulos podían
apegarse a la verdad y seguir los mandamientos que Él mismo cumplió y
estableció a través de sus obras y palabras. Jesús no exigía más de lo que Él
mismo debía cumplir; en palabras simples, su ejemplo es un llamado para ser
como Él, cumplir sus mandamientos y preceptos que están implícitos en Su Santa Palabra.
“Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi
Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. Jn 14:23. (RVR 1960)
Vers. 20: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por
los que han de creer en mí por la palabra de ellos”
He aquí la prueba que se explica en el título de este artículo:
Jesucristo oró por nosotros, estábamos en su mente: esta generación de
creyentes que de alguna forma u otra le buscarían, aún con nuestros errores y
dificultades, Cristo manifestó un interés por nuestra santificación, por
nuestra estabilidad espiritual y porque alcanzáramos tan noble conocimiento,
como es debido, a través de su santa palabra. ¡Bendito sea Su nombre!
Es aquí donde vienen a la memoria las palabras del salmista: “Digo:
¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para
que lo visites?” Sal. 8:4 (RVR1960)
¿Quiénes somos nosotros, para ser considerado en tan alta estima? Por
aquel Sublime, que solo merece nuestra honra y gloria. Él en todas estas cosas,
solo magnifica el amor de nuestro Hacedor por nosotros.
Cuando vienen sobre nosotros flaquezas, debilidades u otro problema
que se pueda asomar, recordemos que Cristo nos miró a la distancia desde mucho
tiempo atrás, como hermanos y amigos por quienes preocuparse.
Vers. 21: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y
yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú
me enviaste.”
El Señor Jesús, queriendo que la comunión sea el pilar del conducir
del cristiano tal como lo dijo sobre aquellos discípulos que le acompañaron, lo
manifestó sobre nosotros en este tiempo, reconociendo que no hay otra forma sino
solo en comunión, para que así sea manifiesta la esencia el Padre y del Hijo.
Debemos ser transmisores de aquello, tal como el Padre y el Hijo son
uno, nosotros debemos trabajar mancomunadamente por la difusión de este evangelio
en nuestro tiempo, mediante los medios que tenemos en nuestra mano. ¿Y si ya no
podemos salir a la calle? Entonces, ¿cómo? Pues bien, allí en nuestros hogares,
sobre nuestras familias, sobre nuestros vecinos, en nuestros trabajos, en una
salida a comprar, en la locomoción colectiva, y en muchos lugares más, son los
medios que tenemos disponibles para difundir la verdad de nuestro Dios.4
Vers. 22-26: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que
sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean
perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los
has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has
dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi
gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del
mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos
han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a
conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en
ellos.”
Tomo acá estos últimos versículos para cerrar este tema. En general,
lo que Cristo buscó transmitir a través de una oración tan sublime y llena de
amor por nosotros, es una necesidad única de amor, comunión y humildad
incomparable para que sea realmente difundido Su evangelio, no por palabras
elaboradas que pudiéramos decir, sino sometiéndonos a la verdad de Su Palabra y
actuando conforme ella nos pide.
Es la única forma en la cual podemos difundir de mejor manera esta
verdad. Seguir Su ejemplo es la forma más práctica de hacerlo y poder
transmitir esto que he. Sí, lo sé, es difícil y no hay nadie con altura moral
suficiente que pudiese pararse a exigir esto en nuestro tiempo. Es por ello que
debemos tomar una decisión voluntaria de cuál es el camino que quiero seguir:
si el que no me permite avergonzar esta carne en frente de mis pares, o ese
camino de humildad y búsqueda de santificación que Dios nos exige y que
Jesucristo plasmó a través de esta hermosa oración por todos nosotros.
Es la única manera que tenemos disponible para acercarnos a Dios en
nuestro tiempo. El tiempo de las ofrendas y sacrificios ya pasó; ahora estamos
bajo la gracia obtenida por medio de Jesucristo y debemos someternos a la
verdad que Él trazó es lo que nos queda.
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.”Jn 14:6 (RVR 1960)
REFERENCIAS
Todas las citas bíblicas pertenecen a la Revisión Reina Valera 1960,
consultadas en la página web https://www.biblegateway.com/.
1. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª
ed., [versión 23.3 en línea]. < https://dle.rae.es/orar> [16 – Abril –
2020].
2. DICCIONARIO BIBLICO. (2014). Diccionario Bíblico Ilustrado Holman,
(Actualizado y aumentado).
3. Vila S., (2001). CRISTO, EL CREYENTE Y EL MUNDO, 1000 Bosquejos
para Predicadores, Barcelona, España, Editorial Clie.
4. Vila S., (2001). ESCOGIDOS DE TODO PUEBLO Y NACIÓN, 1000 Bosquejos
para Predicadores, Barcelona, España, Editorial Clie.
0 comentarios:
Publicar un comentario