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sábado, 18 de abril de 2020

JESÚS ORÓ POR NOSOTROS


“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos.”Jn. 17:20 (RVR 1960)

Partamos de la premisa: ¿qué es la oración? Más allá de nuestra formación y creencia. Acá un par de definiciones que nos ayudan a tener una mirada objetiva del acto realizado por nuestro Señor.

Según la RAE, orar es dirigirse mentalmente o de palabra a una divinidad o a una persona sagrada, frecuentemente para hacerles una súplica1, por lo que la oración es el acto de orar.
Según el diccionario bíblico, la oración es el diálogo entre Dios y su pueblo, en especial con los miembros de su pacto2; por ende, podemos decir que Jesús tuvo un diálogo con su Padre, en el que elevó una súplica intercesora por sus discípulos de aquel tiempo y por nosotros en el ahora.

El ser llamados hijos de Dios nos ha hecho merecedores, primeramente, del regalo más valioso otorgado en la historia de la humanidad: el ser salvos por gracia. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” Ef. 2:8 (RVR1960)

Pero no solamente ello, sino innumerables muestras de amor, bondad y misericordia que han quedado plasmadas a través de la historia en las Sagradas Escrituras: “…con amor eterno te he amado…” (Jer. 31:3), “sus misericordias se renuevan cada mañana…” (Jer. 3:22-23); por ello, es muy conmovedor pensar en este pasaje de las Escrituras e imaginar a nuestro Señor Jesucristo orando por nosotros aun estando sobre la faz de la tierra, lo que nos lleva a considerar mucho más el amor que tuvo por nosotros. Muestra a un Jesucristo humanado, padeciendo, teniendo que soportar mucho más a causa de nosotros. Debemos siempre tener presente que Cristo se inmoló por nosotros, por nuestro pecado, maldad y miseria.

Ahora se puede ver en toda la extensión del capítulo 17 de Juan, una muestra de la relación de Jesús con Dios, la preocupación por sus discípulos, la preocupación por nosotros (militantes actuales) y su máximo deseo manifestado.

Vers. 1 al 5: “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.”
Jesús nos manifiesta el carácter de su obra y como por medio de Él se glorifica el Padre y el Hijo (1). Menciona claramente el propósito de su venida: el dar vida eterna a toda la humanidad o más bien, a los cuales Él les dio, es decir, los que creyeron en Él (2) y que, por ende, conocen a Dios Padre, tienen vida eterna (3).
Menciona nuevamente que, a través de su obra, el nombre de Dios ha sido glorificado, ya que había cumplido hasta el momento, manifestando en todo Su vivir la voluntad del Padre (4).
Además, muestra un deseo particular y glorioso: el volver a la posición que tuvo antes que la tierra se formase, al lado de su Padre en los cielos. Sin duda un anhelo mayor que cualquier otro deseo (5). Vemos, entonces, un poco de la relación íntima con su padre, como una apertura a las peticiones siguientes que manifiesta en su oración.

Vers. 6: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.”
Reafirma el haber cumplido Su ministerio para con los hombres, aquellos que ya eran suyos y que el mismo Padre le había entregado para su administración y para pastorearles mientras estaba en la tierra. Éstos eran los que habían guardado la Palabra de Dios, transmitida a través de los dichos y obras de Jesucristo.

Vers. 7 y 8: “Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste.”
Su naturaleza y la naturaleza de Su ministerio mostraban que provenían directamente del Padre y esto manifestó a sus seguidores: las palabras y obras eran un fiel reflejo de la inspiración de Dios. Esto permitió que pudieran conocerle en toda su expresión. Así lo manifestó Pedro en más de una oportunidad: “Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” Mt. 16:16 (RVR 1960). “Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” Jn. 6:18 (RVR 1960).

Simón y sus pares, que seguían a Jesús, en su mayoría mostraron haber conocido la naturaleza de Cristo; no porque Jesús manifestara recurrentemente que provenía del Padre, sino mediante la revelación divina. Es así como en este tiempo debemos conocer a Jesucristo, para que Sus palabras sean vida en nosotros.

Vers. 9 y 10: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos.”
A pesar de que Su obra se completa en favor de todo el mundo (los que en Él crean), en esta petición hace una separación clara entre aquellos que creen y quienes no en su obra, haciendo nuevamente hincapié en que son del Padre y del Hijo y su obra es una imagen en ellos. Por lo tanto, ya poseían un porte divino por medio de la fe en Jesucristo. Al manifestar que el Padre y el Hijo son dueños de quienes han creído, revela la naturaleza y esencia de ambos, que son uno solo.

Vers. 11: “Y ya no estoy en el mundo; más éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre Santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros.”
El Señor manifiesta un deseo y una preocupación única respecto a la comunión que deben presentar los creyentes, la cual debe de ser similar a la de Cristo con su Padre; queriendo con ello que, en medio de la profesión de fe, mancomunadamente buscaran la verdad que es solo en Dios. ¡Alabado sea su nombre! Como manifiesta Su amor y desea que ese amor se transmita entre sus discípulos –ahora nosotros–, es un deseo que debe haber en nuestros corazones, porque de esa manera es manifestado al mundo que somos sus hijos. “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” Jn. 13:34-35 (RVR 1960)

Vers. 12: “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese.”
Para los discípulos, el vivir con Cristo –mayor a la honra de tenerle–, era la protección que les entregaba de forma física, espiritual y familiar. Así fue y lo manifiesta Jesús en un sentido protector como de un padre para sus hijos. Ello les mantuvo en comunión y amor, excepto aquel que era de perdición, Judas.
Este es el amparo que ahora nosotros podemos palpar estando bajo la sombra del Omnipotente. Así lo expresa el salmista y es la misma protección a la que podemos acudir ahora nosotros. Pero para ello debemos creer al que envía la protección: “el que habita al abrigo del altísimo, morara bajo la sombra del omnipotente” Sal. 91:1 (RVR 1960)

Vers. 13: “Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos.”
“Pero ahora voy a ti”. Había una explícita preocupación pues sabía que el ministerio había sido cumplido. Les había preparado lo suficiente y ahora debían practicar lo que les había enseñado.
En aquellas palabras había esperanza, y como fue citado anteriormente, eran “palabras de vida eterna”.

Vers. 14: “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.”
Solo en creer a las palabras de Jesucristo, los discípulos se hacían acreedores de muchos enemigos. Esto lo tenía claro el Señor, pero en el creer en Él, ya tenían esperanza. No eran de este mundo, tal como nosotros no somos de este mundo pues nuestra herencia es eterna en los cielos. Así lo dijo Cristo: “… voy pues a preparar lugar para vosotros” Jn. 14:2b (RVR 1960)

Vers. 15: No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.”
A pesar de la omnipotencia que tenía el Señor y pudiendo arrebatar junto con él a sus creyentes y así librarles automáticamente de todo el mal que podría sobrevenirles, sabía que un propósito en ellos debía cumplirse, y pide su protección. Pero, más que del mal físico que les vendría, es sin duda por el mal que podría afectar su fe, su convicción y dejarles en el camino (sabido es el fin de estos primeros hombres que vivieron y sufrieron el evangelio).
Muchas veces en un momento de gran euforia y de manifestación de Dios hacia nuestras vidas, quizás hemos pensado: “Dios pudiera llevarme en este momento, no sea que algo malo me pase y decaiga”, pero debemos cumplir el propósito de Dios en nosotros y seguir peleando la batalla de la fe, sabiendo que la protección y el amor de Dios está sobre nosotros. “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” Jn. 16:33 (RVR 1960)

Vers. 16: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.”
Nuevamente manifiesta esta verdad ineludible: no somos de este mundo, sino más bien nuestra ciudadanía es en los cielos, como bien lo manifiesta el apóstol Pablo.

Vers. 17: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.”
En este versículo hay una afirmación que quizás es una de las más importantes esbozadas por nuestro Señor, en la que no solo resalta el poder propio de la Palabra de nuestro Dios, sino que hace una manifestación de la responsabilidad del hombre. ¿De qué forma? No hay forma de que la verdad de la Palabra pueda obrar en nosotros si no la escudriñamos; por lo tanto, para que haya santificación en nosotros debe haber una búsqueda explícita de la verdad misma. Para que tenga vida en nosotros, debemos esforzarnos en buscar la verdad escondida en el Santo Libro, y así alcanzar la revelación por medio de su Santo Espíritu. Y sabemos por medio de las palabras del apóstol Pablo, que la característica de santidad es fundamental para entrar en la herencia eterna que Dios nos ha prometido. “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.” He. 12:14 (RVR 1960)

Vers. 18: “Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.”
El ser llamados hijos de Dios, trae una responsabilidad implícita. Somos llamados. En ese momento los discípulos fueron enviados a llevar esta verdad. En un par de oportunidades les envía Jesús a predicar y a llevar el mensaje de vida a los necesitados, para que se cumpla la misión del evangelio por medio de Jesucristo.
Existe para nosotros un llamado similar ahora, que lo manifestó el mismo Jesús previo a su ascensión hacia los cielos: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; más el que no creyere, será condenado.” Mr. 15:16. (RVR 1960).

Un poco más abajo de estos mismos versículos, Jesús revela que éste no es un encargo vacío, sin sustento o sin respaldo; sino que manifiesta que su compañía sería con nosotros al ir en Su Nombre y para Su honra habría un respaldo. Es en este punto donde debemos marcar una diferencia: apartarnos de ir al mundo.
Samuel Vila, en uno de sus bosquejos, manifiesta como se debe actuar respecto a esto y el porqué de esta diferencia.3
1. El creyente no es del mundo (Jn. 17:16):
a) Tenemos un nacimiento cuyo origen no es el mundo (Lc. 1:35; Jn. 1:13).
b) Tenemos un Padre que no es del mundo (Jn. 5:18; Ro. 8:15).
c) Tenemos una experiencia que no es del mundo (Jn. 4:32; 1 Co. 11:9-10).
d) Tenemos un poder que no es del mundo (Jn. 16:32; Flp. 4:13).
e) Tenemos un hogar que no pertenece a este mundo (Jn. 14:3; 2 Co. 5:1–8).

2. El creyente es enviado al mundo (Jn. 17:18):
a) Hemos de revelar al Padre (Jn. 1:18; Ef. 5:1-2).
b) Hemos de buscar y salvar a los perdidos (Lc. 14:10; Mt. 28:19).

Finalmente, no podemos estar demasiado separados del mundo, ni tampoco acercamos mucho a él. Tenemos que acercarnos a Cristo por la fe y rendimos a Él y también acercarnos a nuestros semejantes para amarlos y ayudarlos.

Vers. 19: “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.”
Jesucristo cumplió la ley no solo con la idea obligada de cumplirla, sino con la búsqueda de sentar un precedente hacia sus seguidores acerca de como ellos debían conducirse. Si Él podía cumplir la ley, sus discípulos podían apegarse a la verdad y seguir los mandamientos que Él mismo cumplió y estableció a través de sus obras y palabras. Jesús no exigía más de lo que Él mismo debía cumplir; en palabras simples, su ejemplo es un llamado para ser como Él, cumplir sus mandamientos y preceptos que están implícitos en Su Santa Palabra. “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. Jn 14:23. (RVR 1960)

Vers. 20: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos”
He aquí la prueba que se explica en el título de este artículo: Jesucristo oró por nosotros, estábamos en su mente: esta generación de creyentes que de alguna forma u otra le buscarían, aún con nuestros errores y dificultades, Cristo manifestó un interés por nuestra santificación, por nuestra estabilidad espiritual y porque alcanzáramos tan noble conocimiento, como es debido, a través de su santa palabra. ¡Bendito sea Su nombre!
Es aquí donde vienen a la memoria las palabras del salmista: “Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” Sal. 8:4 (RVR1960)
¿Quiénes somos nosotros, para ser considerado en tan alta estima? Por aquel Sublime, que solo merece nuestra honra y gloria. Él en todas estas cosas, solo magnifica el amor de nuestro Hacedor por nosotros.
Cuando vienen sobre nosotros flaquezas, debilidades u otro problema que se pueda asomar, recordemos que Cristo nos miró a la distancia desde mucho tiempo atrás, como hermanos y amigos por quienes preocuparse.

Vers. 21: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.”
El Señor Jesús, queriendo que la comunión sea el pilar del conducir del cristiano tal como lo dijo sobre aquellos discípulos que le acompañaron, lo manifestó sobre nosotros en este tiempo, reconociendo que no hay otra forma sino solo en comunión, para que así sea manifiesta la esencia el Padre y del Hijo.
Debemos ser transmisores de aquello, tal como el Padre y el Hijo son uno, nosotros debemos trabajar mancomunadamente por la difusión de este evangelio en nuestro tiempo, mediante los medios que tenemos en nuestra mano. ¿Y si ya no podemos salir a la calle? Entonces, ¿cómo? Pues bien, allí en nuestros hogares, sobre nuestras familias, sobre nuestros vecinos, en nuestros trabajos, en una salida a comprar, en la locomoción colectiva, y en muchos lugares más, son los medios que tenemos disponibles para difundir la verdad de nuestro Dios.4

Vers. 22-26: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.”
Tomo acá estos últimos versículos para cerrar este tema. En general, lo que Cristo buscó transmitir a través de una oración tan sublime y llena de amor por nosotros, es una necesidad única de amor, comunión y humildad incomparable para que sea realmente difundido Su evangelio, no por palabras elaboradas que pudiéramos decir, sino sometiéndonos a la verdad de Su Palabra y actuando conforme ella nos pide.
Es la única forma en la cual podemos difundir de mejor manera esta verdad. Seguir Su ejemplo es la forma más práctica de hacerlo y poder transmitir esto que he. Sí, lo sé, es difícil y no hay nadie con altura moral suficiente que pudiese pararse a exigir esto en nuestro tiempo. Es por ello que debemos tomar una decisión voluntaria de cuál es el camino que quiero seguir: si el que no me permite avergonzar esta carne en frente de mis pares, o ese camino de humildad y búsqueda de santificación que Dios nos exige y que Jesucristo plasmó a través de esta hermosa oración por todos nosotros.
Es la única manera que tenemos disponible para acercarnos a Dios en nuestro tiempo. El tiempo de las ofrendas y sacrificios ya pasó; ahora estamos bajo la gracia obtenida por medio de Jesucristo y debemos someternos a la verdad que Él trazó es lo que nos queda.

“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.”Jn 14:6 (RVR 1960)

REFERENCIAS
Todas las citas bíblicas pertenecen a la Revisión Reina Valera 1960, consultadas en la página web https://www.biblegateway.com/.
1. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.3 en línea]. < https://dle.rae.es/orar> [16 – Abril – 2020].
2. DICCIONARIO BIBLICO. (2014). Diccionario Bíblico Ilustrado Holman, (Actualizado y aumentado).
3. Vila S., (2001). CRISTO, EL CREYENTE Y EL MUNDO, 1000 Bosquejos para Predicadores, Barcelona, España, Editorial Clie.
4. Vila S., (2001). ESCOGIDOS DE TODO PUEBLO Y NACIÓN, 1000 Bosquejos para Predicadores, Barcelona, España, Editorial Clie.

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