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martes, 21 de abril de 2020

UNOS NIÑOS DE ALEMANIA


Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos. Mt. 19:14. (RVR 1960).
El presente artículo contiene el relato de vida de niños que sirvieron en otro tiempo al Señor, llenos del Espíritu Santo. Historias dignas de compartir y leer en este tiempo de un, muy necesario, despertar en nuestras congregaciones. Artículo fue transcrito y adaptado de la revista "Fuego de Pentecostés".

HEINCITO
Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios? Jn. 11:40. (RVR 1960).

En Mulheim-ruhr tuve una escuela dominical de cuatrocientos niños, que yo solo los enseñaba. Comenzamos con cantar coros e himnos por unos quince minutos, y con manos alzadas cantaban ¡Aleluyas! Después les daba una historia de la Biblia que estuviera al alcance de ellos. Los niños de cinco años eran de los más atentos. Uno de ellos interrumpía con frecuencia gritando ¡Aleluya! Era para mí un gozo tan grande enseñar a estos niños, porque era tan fácil para ellos creer en Dios y dar lugar a su Espíritu. Este niño Heincito era uno de ellos. 
Un día, en marzo, al término del invierno, su mamá prometió llevar a los niños para visitar a una tía, lo que era cosa grande para ellos, porque la tía les festejaba cuando la visitaban. Llegó el día prometido, pero todo nublado y nevando con temporal y viento. La mamá les dijo que era imposible ir en semejante temporal. Heincito dijo: 
"Voy a pedir al salvador que haga parar la nieve, y lo hará. ¿no lo cree usted mama?"
"Si hijito, hágalo" dijo la madre. 
El niño se hincó y dijo: "Salvador, por favor haga parar la nieve, Amén". Y sin más palabras se levantó y se ocupó con sus juegos, cantando coros, completamente confiado de que cesaría la nieve. Después de almuerzo dijo: "Ahora, mamá, arregle la guagua, porque es tiempo para ir a ver a la tía". "Pero hijito, ¿no ve como está nevando? Está como estaba esta mañana. No podemos ir con este tiempo". "Pero yo he pedido al Salvador que haga parar la nevazón y sé que lo hará". La madre sintió que no podía apagar la fe de su niñito, y así comenzó a arreglarse, pensando que, aunque tuvieren que ir en coche, tendría que ir. Así que se alistó y se prepararon para salir, y la mamá agarro unos paraguas. "¿Qué va a hacer con esos paraguas?" dijo el niño. "Mi hijito, ¿no ve como está nevando? Quiero llevarles a la tía, aunque nieva. Por supuesto, tenemos que llevar paraguas". "Pero, mamá, si yo he pedido al Salvador que haga parar la nieve, Él lo hará". Admirada de la fe del niño le dijo: "Bien, vaya usted adelante y yo lo seguiré con los demás". Heincito abrió la puerta y saliendo, dio un grito:
"¡Aleluya, la nieve ha cesado! Mire, mama ¡ha cesado!".
Y en verdad la nieve había cesado, y no nevó más hasta que llegaron donde la tía. Nevó mientras estaban allí, pero cesó otra vez antes que tuvieran que volver a casa.


LA LINA
"Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío, primeramente, y también al griego." Rm. 1:16. (RVR 1960).

Heincito tenía una hermana mayor de 11 años de edad que también era bautizada con el Espíritu Santo. Un día en la escuela la profesora le dijo: "Lina, he sabido que usted es una de aquellas que hablan en lenguas. Quiero oírle". La Lina bajo la cabeza y no dijo nada. La profesora la mandó otra vez, pero no dijo nada. Muy enojada, la profesora le dijo: "Si no quiere obedecerme y hablar en lenguas, le daré una mala nota en el libro. ¿Por qué no quiere usted hablar en lenguas?” Buscando ánimo para decirlo, la Lina le dijo inocentemente: "Porque el Señor Jesús nos dijo que no echáramos nuestras perlas delante de los puercos". La profesora se enfureció y dijo: "¿Así que me llama puerca? ¡Ahora le daré tres notas malas en el libro!". Esto era considerado como un castigo muy grande, porque una alumna no recibía más que una nota mala. La Lina lloro mucho por eso, y cuando todos salieron al recreo ella quedó en su asiento llorando. Pasando el principal por la sala, y viéndola llorar le preguntó por qué lloraba, y ella le contó que había pasado. Le tuvo mucha simpatía, pero cuando llegó al caso de las perlas ante los puercos, se rió mucho. Poniendo la mano sobre su cabeza, le dijo: "No llore más hijita: diré a la profesora que borre esas tres notas malas del libro. Vaya a jugar con las otras niñas". Así que el Señor ganó la victoria para la niña que tuvo la valentía de obedecerle.
y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Hch. 7:56. (RVR1960).
Tuve algunas reuniones especiales para los niños que habían recibido el bautismo con el Espíritu Santo, y no asistían ningunos otros. Había como treinta. Dios les había dado dones, y era muy notable oírlos profetizar y glorificar a Dios. Algunos veían al Señor Jesús. Cuando se suscitaba alguna dificultad oraban. Si alguno enfermaba, pedían al Señor sanidad y la respuesta venía. Una vez, al terminar la reunión, tres de los niños no se retiraron con los demás. Les dije una y otra vez que se fueran, pero no me hicieron caso y sus rostros eran como que no me atendían a mí, sino ocupados de otra cosa. Por tres cuartos de una hora, les llamé y les sacudí, procurando despertarlos, y por fin dije: "Oh, Señor Jesús, despiértalos; yo no puedo". En ese momento abrieron los ojos, y se me rieron, los tres. Les pregunté: "¿A dónde estaban?" Me respondieron: "En el cielo" "¿Que vieron allí?" Una de las niñas me dijo: "Oh, Jesús me tomó por la mano y anduvimos por el cielo y vimos las glorias, los arboles hermosos, el rió de la vida, los lindos castillos de oro, y la Nueva Jerusalén. Era muy lindo. Y Jesús me llamó por mi nombre". Creo que se había equivocado; me había oído llamar y creyó que era Jesús.


LA EMA
"Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios." Jn. 3:3. (RVR 1960).
Pasando por una ciudad en Prusia, un día tuvimos una reunión para niños. Pregunté cuántos de ellos habían sido salvados. La mayor parte eran salvos, pero la Ema Neuman, de doce años, no era convertida. Estábamos cantando un lindo himno, "Vive mi Jesús", y le dije a Ema: "Usted no tiene que decir que Jesús es su Jesús, porque usted no le ha dado su corazón". Los demás cantamos el himno una y otra vez con gozo. La Ema quedó callada. Al terminar, le dije: "¿No querría cantar este himno con nosotros?". "Si, querría". "Entonces tiene que entregar su corazón al Señor. ¿Quiere hacerlo ahora?" "Si quiero". Y allí nos pusimos a orar y la Ema se entregó al Señor. Confesó que había sido desobediente a su mamá, y allí prometió pedirle perdón. Fue realmente convertida al Señor.

En una ocasión, Ema fue enviada por su mamá a buscar unos gansitos detrás del pesebre, pero al llegar allí, no los podía hallar. Pero allí vio una brillante luz que casi le cegó. Pero al acostumbrarse a ella, vio parado delante de sí un fuerte ángel vestido de ropa larga y blanca, con cinturón de oro y zapato de oro. Sus alas parecían de lana fina y blanca. En tonos dulces el ángel le hablo diciendo: "Mi querida Ema, el Señor Jesús me ha mandado a decirte que Él le ama mucho, y que Él murió en la cruz del calvario por usted; que Él le ha redimido y le ha librado de toda la potestad del pecado, y que usted no debe pecar nunca más". El ángel, entonces se fue y ella le siguió con los ojos viéndole subir hasta que se perdió de vista en la nube. Por seis semanas sus ojos estaban enfermos; entonces yo vine y oré por ella y fue sanada.


LA GERTRUDIS
"Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa" Heb. 11:9. (RVR 1960).
En un suburbio de Berlín, un niñito enfermo de la membrana1 murió. No mucho después su hermanita, de cinco años de edad, enfermo del mismo mal. El padre era un borracho, pero la madre era una hija fiel a Dios. Cuando la madre vio que su hija estaba muriendo clamó en desesperación a Dios que no la llevara. Pero la niñita murió. A pesar de que había muerto la madre no cesó de orar, pero ahora comenzó a clamar a Dios que le devolviera su hijita. Después de como un cuarto de hora, la Gertrudis comenzó a respirar y se sentó en la cama diciendo: "Mamá estoy toda sana y quiero jugar con mi muñeca. Por favor pásamela mamá". La madre estaba asombrada, casi no pudiendo creer lo que veía. Comenzó a abrazar y a besar a la niñita, pero la Gertrudis rechazó sus caricias, diciendo: "Quiero levantarme y jugar con mi muñeca, y quiero comer, porque tengo mucha hambre". Por varios días no había podido comer. Cuando estaba vestida y había comido, comenzó a contar a su mama, lo que había visto. Dijo: "Mamá, cuando estaba tan enferma que ya no podía respirar, vino un ángel y me tomó en sus brazos y voló arriba al cielo, y yo miré abajo hacia la tierra y parecía tan sucia y barrosa que estaba muy alegre de dejar esta tierra barrosa. El ángel me mostró el castillo de Jesús. ¡Oh, era un castillo tan lindo de oro! Yo batía las manos y quería entrar en ese castillo. Pero otro ángel salió del castillo del Salvador y dijo a mi ángel: "El Salvador ha dicho que usted tiene que volver con esa niñita a su mamá, porque está llorando y pidiendo que vuelva". Entonces el ángel me trajo otra vez a la tierra barrosa". La Gertrudis entonces comenzó a llorar cubriendo su rostro con sus manitos, y dijo:
"Yo no quiero quedarme en esta tierra barrosa. Quiero ir otra vez al cielo, mamá".
La mama la abrazó llorando y dijo: "Oh, mi hijita, tu eres la única que tengo en la tierra. ¿No quieres quedarte conmigo para hacerme feliz?". A las pocas semanas vino el tiempo de la navidad y la mamá le preguntó qué era lo que deseaba de regalo. La Gertrudis no le respondió; parecía estar mirando a una cosa en la distancia. "¿Quieres una muñeca nueva?" "No", contestó la niña. "¿Quieres un vestido nuevo?" "No". "Bien, ¿qué es lo que quieres? ¿una bonita pelotita?" Mirando pensativamente a su mamá, dijo: "Quiero morir". La Gertrudis tiene ahora veinte años de edad y ella misma me contó estas cosas; y su mamá también me las contó. 


Mientras transcribía estas historias, me preguntaba a mí mismo: ¿Porque no vivo el evangelio, como los niños de estas historias? Probablemente usted se lo pregunte también y muchas veces la respuesta es "es que los tiempos han cambiado", o "es que antes era más fácil". Bueno estas respuestas son tan distantes de la realidad, como yo estoy probablemente de la presencia de Dios. Dios nos de su ayuda y podamos mirar este caminar como estos niños de Alemania, o como nuestro Señor Jesucristo nos lo indicó. 

Que Dios les bendiga.
"y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos." Mt. 18:3. (RVR 1960).



REFERENCIAS:
Fuego de Pentecostés N° 11 año 1928, Pag. 5 y 6, UNOS NIÑOS DE ALEMANIA, Revista Fuego de Pentecostés, Editorial Eben-Ezer. Vol. 904. Diciembre de 2004, pág. 16 y 17.

Todas las citas bíblicas pertenecen a la Revisión Reina Valera 1960, consultadas en la página web https://www.biblegateway.com/.

1.   1. Enfermedad específica, infecciosa y contagiosa, caracterizada por la formación de falsas membranas en las mucosas, comúnmente de la garganta, en la piel desnuda de epidermis y en toda suerte de heridas al descubierto, con síntomas generales de fiebre y postración. https://dle.rae.es/difteria.

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